jueves, 13 de noviembre de 2008
EDITORIAL
Si bien Trujillo es considerada por muchos como “la ciudad de la cultura”, difundir el arte y abrirle espacio a las nuevas manifestaciones culturales que nacen en esta “cosmopolita” ciudad, se ha convertido en una odisea tan humana como, muchas veces, imposible.
En la actualidad, cualquier bostezo artístico (que más necesita del producto comercial que de la capacidad intelectual) lleva una ardua tarea, un vaivén de negativas y desilusiones, que van desde la imposibilidad del apoyo, hasta la innegable duda sobre el nivel con el cual se produce (hablemos de una suerte de control de calidad).
Estirarle la mano al arte, es ya una filosofía de orates o personas que llevan equívocamente el juicio; por suerte, muchos prefieren vivir como locos en este invariable mundo de cuerdos. Aún sin el apoyo de muchos, unos pocos le descubren nuevos rostros a la realidad.
La naturaleza de lo cultural no tiene sus raíces en los diccionarios ni en libros de historia que, valgan verdades, carecen de espíritu o pasión. La cultura y la historia se hallan, no en falsos héroes ni en históricos verdugos, sino en el alma de sus artistas. Y Trujillo se ha caracterizado, de manera innegable, por cobijar estos grupos que han brindado una imagen virtuosa y fructífera de expresión a través del tiempo. Ciudad de orgullos, de proféticos versos que vieron nacer la más insigne voz de la poesía peruana, y que abre ahora sus brazos para dar vida a nuevos artistas que pugnan por crearle emociones al destino.
Es el turno de los nuevos artistas: de bandas locales como Perú Salvaje, Escape, Azulejos; de un nuevo cine representado por Huáscar Producciones, a la batuta de Manuel Rubio; de la nueva narrativa en las letras del “neorrealismo ilógico”, con jóvenes voces como las de Jorge Torres y Gonzalo Del Rosario; de “mixturas literarias” como las que cobija el grupo literario Pluma de Carne, que poco a poco obtiene triunfos en diversos espacios y medios culturales; de dibujantes oscuros y poco ortodoxos como Nocturna, Epicus y Likanus; de noveles plumas como las de Hernan Darío, Carolina Rodríguez y María José Cumplido; de pintoras como Isabel Rodríguez y Lily Chávez; de jóvenes empresarios que apuestan por el arte, como Flavio Martínez con Garun Estudio, y Oscar Ramirez con Editorial Alternativa OREM.
Es el turno de los nuevos artistas… sólo déjenlos crear.
jueves, 30 de octubre de 2008
Poemas
Por Myrna Ruiz Quispe
/ jugandoconlasestrellas@hotmail.com /
http://jugandoconlasestrellas.blogspot.com
Ahí va la enamorada, la perdida;
la que sueña despierta,
la que espera un corazón febril,
la que tiene vida.
Ahí va la esperanza,
la de los huesos rotos,
la de la mirada ida,
la de los amantes utópicos.
Ahí va la melancolía,
la que su amado no regresó,
la que la lejanía le arrebató,
la que el tiempo embriagó.
Ahí va la calma,
la que hizo de su espera, abrigos de canciones;
la de las eternas horas,
la de espera perpetua.
Ahí va
la enamorada, la perdida,
la perdidamente enamorada,
la que anida en poemas y cantos.
Ahí va la ajena,
la de los besos vehementes,
la de los abrazos vigorosos,
la de la lluvia cálida.
Ahí va la libertad,
la gaviota sin rumbo y sin nombre,
la mirada perdida y sin llanto,
la del corazón sin quebranto.
Ahí va la dicha,
la que se abraza a tu alma esperando,
la que anhela tu figura en mi seno,
la que posa su ancla en el mar
esperándote alcanzar.
Poemas
ERIKA RAMÍREZ AVALOS
Te pido disculpas cuando callo,
el silencio de mis sentimientos confundidos
me cierran los labios;
sólo uno pugna por salir de esta su prisión,
allá va nuevamente el fugitivo incansable
nombrado amor.
¡Mujer!,
foco ardiente de placer,
todos te miran,
te miran y no te miran…
sólo me buscan a mí.
Ojos desorbitados, prisioneros de psicosis.
¡Horror! Los hombres y su metamorfosis,
en sus ojos veo el reflejo de mi belleza
y en sus narices,
la erección del morbo de su vergüenza.
Se miran y no se encuentran,
se ven y no se aceptan,
atrapados naufragan
en el seno de la tormenta.
La mar se ha tranquilizado,
las narices erectas han decesado
y un habitante extasiado
ha sido expulsado.
La metamorfosis ha culminado.
Rostros del sin placer,
déjenme cobijarme en un regazo más cómodo,
¡Mujer! Comprende:
Un CULO no lo es todo.
TRILOGÍA PARA LA COMPAÑÍA AUSENTE
Por José Carlos Mendoza
…Y roguemos que el que está a lado no sea nuestro reflejo.
I
No hay hueso más frío esta noche,
no hay piel más erizada,
con la lluvia cayendo, que la mía esta noche.
Tapa todos los agujeros
no quiero mojar más mis lágrimas,
quiero que el frío congele mis llantos.
Llueve como canto de ballena,
agudas y tristes, caen y rebotan las gotas,
han inundado la habitación
y están mojando esos que llamamos cayos.
Roguemos que nos manden un sol enorme
que seque todo lo que mojamos,
no esperemos que crezca hierba,
pero sí que nazca un ser de nuestro llanto, esta noche.
II
Solitario en el cielo,
Solitario a solas.
Mendigo de miradas,
Escupo sangre y melancolía.
Alguna vez has visto en mí
A otra lágrima. No.
Así es, tímidos rastros de mentiras.
Si todos cargan recuerdos
Y lágrimas por cosechar,
Por qué en mi espalda un bulto
Con cara de esperanza asoma su nariz.
Así te miro, miro y no miras.
Solo, aún en nubes de cartón y periódico,
Reclamo tu ausencia,
“Cien muertos en terremoto”,
Titulares y yo solo,
Solitario en mi ruego de vida.
III
Cuándo llegarán a mí
Los templados vientos de la vida
Trayendo consigo el dulce aroma
De nuestras primaveras.
Volverán a caso en estos segundos,
Llegarán hasta la altura de nuestras narices,
Suspirarán y harán retroceder
Esta agonía que cada vez abre más sus fauces.
Treinta y tres segundos en silencio
Y la inmoral palabra de esperanza
Se hunde en estas, nuestras, inertes, miradas.
RETORNO [1]
Desde el principio tuve conciencia de que todo lo observado no era real: ni la música, ni el paisaje, ni el mar, ni mi cuerpo. Era otro el mundo y era otro yo. A veces pienso que mi estado de locura me hizo viajar al mejor de los mundos posibles, una vez más. El espacio circular dependía de la imaginación, y el tiempo tan solo era un acompañante de la existencia como es la soledad cuando nace el silencio.
Confieso que sentí cierto temor cuando por primera vez abrí los ojos (¿quién no albergaría al miedo si amaneciera desnudo en las orillas de un foráneo lugar?) y cierta angustia cuando empecé a flotar sobre mi bosquejada sombra… mas, tras reconocer mi voz, prontamente dejé de palpitar.
Oscilaba la mirada entre incontables imágenes que aparecían súbitamente. Estaban llenas de misterio: algunas parecían espejos; otras, deidades mortales. Traté de acercarme al lugar de donde procedían, pero repentinamente empezaba a flotar. El hermetismo invadía la atmósfera por completo. A lo lejos se escuchaban sonidos humanos, vibraciones rasgadas, y el aire dejaba condensarse, era más suave. El horizonte no estaba tan distante, mucho menos solitario. Las figuras volvían a aparecer, como eslabones rebeldes, rodeándome más cada vez. Sentíame príncipe, en la gloria y contrario a la realidad. Sus miradas ofrecían a mi cuerpo tentación y desnudaban mi incompleta identidad. Danzaban frente mío con sus retorcidas e imperfectas formas mientras en nuestro alrededor, pequeñas ondas cortejaban a las dos orillas.
Una de ellas creía conocerme. Portaba una especie de investidura y noté que dirigía a las demás. Sus movimientos llevaban el compás de mis latidos, se acercaban y distanciaban con familiaridad, su semblante incitaba confianza y su dominio era absoluto.
La ceremonia fue un poco extensa. Al final, todas cercaron mi cuerpo. El ubicuo acarició mi piel, rozó mis ojos, incrementó mi temperatura, y diome un beso en la frente. Estaba nervioso. Levitaba junto a mí. Intentaba comunicarme algo. Observé mi sombra que se alejaba, que empezaba a ser esclava del suelo y de la vaguedad. El coro calló, las imágenes desaparecieron, el panorama se metamorfoseó: las creencias son ciertas. El ubicuo me explicó la fusión de los tiempos, la concepción del ser (humano) y la ucronía de la historia. El pensamiento se hizo colectivo y él se retiró como si hubiere visto algo cotidiano.
Acepté mi levedad y, entonces, recordé que fui mortal.
[1] Con este cuento, el autor obtuvo el primer lugar en el I Concurso de Cuento Breve "A Toda Página", convocado por el Centro Peruano Americano, El Cultural.
LA MUJER DE LA LAGUNA (*)
Por Luciano Rodríguez
/ lrf_jc@hotmail.com /
“El pueblo mestizo e indígena tendrá sus intérpretes propios,
en literatura y en música antes que en pintura”.
José María Arguedas
Érase un campesino que vivía feliz y tranquilo. Poseía terrenos y animales; sus sembríos aumentaban de año en año. Pero la desgracia asalta cuando uno menos lo espera.
Las riquezas se marcharon como habían llegado. Y al fin, el campesino apenas podía llamar suyo a las tierras en que vivía. El pobre se afligía mucho y se pasaba el día pensando en el por qué de su desgracia. A tal modo que llegó a verse dominado por sus preocupaciones.
Pasaron los días y llegó el mes de mayo. En el primer día de este mes, los campesinos suben a la cumbre de los cerros o a las lagunas. Plantan una cruz llena con flores, cantan y bailan alrededor de ella en señal de buena suerte y bienvenida al mes de las flores o a lo que ellos llaman florecer. El campesino, que estaba arruinado, también fue a dejar flores cerca a una laguna, para ver si le traía buena suerte. Al pasar junto a la laguna oyó moverse el agua. Pensando que era una trucha, se volvió rápido y sorpresivamente vio a una bella mujer que lentamente salía del agua. Sus largos y brillantes cabellos cubrían sus hombros y extendía sus finas manos hacia él. El campesino dijo entre sí: esta debe ser la mujer encantadora, que sale por estas fechas a peinarse a la orilla de la laguna. Preso de miedo, se preguntó si debía seguir allí o emprender su retiro. De pronto, la mujer dejó oír su dulce voz, lo llamó por su nombre y le preguntó el por qué de su tristeza. El campesino quedó al principio aterrado y sin habla, pero ante la gentileza con que ella se expresaba, se revistió de valor y le contó como había vivido en riqueza y como ahora vivía en la miseria.
—¡Tranquilo! —replicó la mujer de la laguna—. Yo te voy a hacer rico y más feliz de lo que eras. Ahora bien, lo haré con una condición: la de que me entregues lo que en tu casa acaba de nacer.
—Lo único que allí puede nacer —se dijo el campesino— es un perro o un ternero—. Y prometió a la mujer de la laguna lo que le había pedido.
La mujer de la laguna se sumergió de nuevo en el agua, y el campesino regresó a su casa feliz y contento. Apenas hubo llegado, su criada corrió a recibirlo y le dijo que se alegre, pues su esposa había dado a luz un niño. El padre campesino quedó atónito. Se dio cuenta que la mujer de la laguna sabía la noticia y se lo había ocultado. Se acercó hacia su esposa y ella le preguntó porque no se alegraba al ver a su hijo, y él le informó de lo que había ocurrido y de la promesa que acababa de hacer.
Pasaron los días y de pronto la felicidad y la abundancia de los sembríos retornaron al hogar del campesino. No tardó en hacerse rico. El dinero que obtenía se multiplicaba durante las noches, porque amanecían llenos los cofres y las talegas. Sin embargo, las riquezas no alegraban su ser: la amargura y la preocupación predominaban en él. La promesa hecha a la mujer de la laguna le destrozaba el corazón. Cada vez que pasaba cerca de la laguna, temía que de ella saliera la mujer para hacerle recordar lo prometido y jamás permitía que su hijo se acercase por aquellos lugares.
—¡Cuídate mucho, hijito mío! —le decía—. Evita acercarte por la laguna, porque si lo haces, podría salir de ella un cucu[1] y te arrastraría al fondo.
Pasaron los años y la mujer de la laguna no se presentó. El campesino comenzó a tranquilizarse. El niño creció sano y fuerte y se hizo joven. Al poco tiempo se enamoró de una bella y honesta muchachita, con quién contrajo matrimonio. Vivieron los jóvenes felices y contentos disfrutando de su tierno amor.
Cierto día el joven salió a pescar truchas a la laguna, se había olvidado de las advertencias de su padre. No bien echó el anzuelo, apareció la mujer de la laguna con el rostro resplandeciente semejante al de su esposa, y le dijo:
—¡No temas!, amado mío, te he estado esperando por mucho tiempo, acércate, ven conmigo.
El joven quedó asombrado ante la belleza de la mujer. Al principio quiso correr, pero la voz dulce y encantadora lo detuvo. La mujer se acercó y extendió sus finas manos hacia el joven y le prometió muchas riquezas. El joven no pudo resistir al encanto de sus palabras y con un poco de nerviosismo extendió sus manos a las de ella y la mujer inmediatamente, sonriente, le jaló y se hundieron juntos en las aguas que lo cubrieron en el acto.
Llegada la noche el joven no regresó a su casa, la esposa comenzó a preocuparse y, dominada por la ansiedad, fue en su busca. Ella empezó a tener un mal presentimiento. Fue corriendo a la laguna y vio en la orilla el anzuelo y el morral de su marido. Entonces se dio cuenta de la desgracia que lo había ocurrido. La joven esposa se embriagó de tristeza y retorciéndose las manos llamó a gritos a su esposo. Se paseaba de orilla a orilla, llamó repetidas veces, y al no recibir respuesta, colmó de injurias a la laguna. No quería apartarse ella, iba y venía alrededor con pasos agitados; hasta que vencida por el cansancio, regresó a su casa.
Al cabo de un mes, la joven viuda, volvió a la laguna con la esperanza de ver a su esposo. Cuando estaba paseando, escuchó un ruido en el agua; volteó a ver, y del agua salía, lentamente, una mujer muy bella.
—Esta debe ser la que ha encantado a mi esposo —pensó entre sí, y enfurecida reclamó a la mujer de la laguna que le devolviera a su esposo.
—Estate tranquila —le replicó la mujer de la laguna—. Yo te devolveré a tu esposo y serás feliz. Ahora bien, lo haré con una condición: que me entregues lo que va a nacer dentro de ocho meses.
—Lo único que puede nacer —se dijo— es un perro o un ternero—, y prometió a la mujer de la laguna que así lo hará.
Pasaron ocho meses y la joven viuda dio a luz un hermoso niño. Había quedado embarazada antes que su esposo sea encantado; al mismo tiempo nacieron un perro y un ternero. La pobre mujer rápidamente se dio cuenta que la mujer de la laguna quería su hijo y decidió esconderlo y protegerlo de cualquier encanto maligno, con ajos y crucifijos. El niño iba creciendo y su madre siempre le advertía que se cuidara de ir por la laguna.
Como quiera que iban transcurriendo los años, la joven empezó a tranquilizarse y a olvidarse de su esposo. El niño creció y se hizo mancebo hermoso y fuerte. Con el tiempo se convirtió en un hábil cazador, iba siempre con sus tíos a las altas cumbres a cazar venados y toda especie de animal salvaje.
Cierto día, por curiosidad, el joven preguntó a su madre: ¿Dónde esta mi padre? ¿Cuándo vendrá? Y ella, con tristeza en el alma, le contó lo que había sucedido. Desde entonces, el joven cazador, se cuidó de acercarse por la laguna y buscó mil formas como liberar a su padre de la mujer encantadora.
Estaba en este afán, cuando angustiado y sin esperanzas, cayó en un profundo sueño. En el transcurso del sueño, se vio subiendo por dos grandes rocas, por un camino lleno de espinas y piedras que le hacían sangrar los pies; la lluvia le azotaba el rostro y el viento recio no le dejaba respirar. Al llegar al final de la cuesta vio otro panorama, completamente distinto al que quedaba atrás: el cielo estaba azul, el aire puro y quieto y las flores coloridas aromatizaban el lugar. Ante él se abrió una pendiente que le conducía a una preciosa cabaña. El joven se acercó y abrió la puerta. Dentro de la vivienda había un anciano de cabellos blancos que le recibió con un gesto amable y comenzó a darle una serie de instrucciones de cómo liberar a su padre. En dicho momento el joven se despertó. El día había avanzado y él decidió rápidamente comprobar su sueño. Subió a la laguna, siguiendo las instrucciones, tal como el anciano lo había indicado: se pintó tres cruces en la cara —una en la frente y en cada mejilla—. En uno se sus bolsillos, guardó un crucifijo y en el otro, ajos. Llevó consigo, también, su arco de cazar, y en una de sus flechas, colocó una punta de plomo. Sólo así él no caería en el encanto de la mujer de la laguna.
Cuando estaba en la laguna, inmediatamente se agitó el agua y del fondo emergió la mujer. De pronto, dejó oír su fina y dulce voz; el joven cazador se quedó impresionado al ver demasiada belleza. Ella continuó diciendo:
—Ven conmigo, te he estado esperando hace mucho tiempo, —y extendiendo sus manos hacia él se acercó.
El joven la contempló por un instante y, al verse atraído por su belleza, decidió darle las manos. Pero cuando ya faltaba un centímetro para que se cojan las manos, escuchó otro ruido en el agua. Inmediatamente salió un hombre de aspecto semejante al joven cazador y dijo:
—¡No lo hagas!
El joven cazador actuó rápido y pudo darse cuenta que el hombre era su padre, y la mujer, la encantadora de la laguna. Sacó su arco y lanzó dos flechas a la mujer, pero no lograron hacerle ningún daño. Finalmente, sacó la última flecha, la que tenía la punta de plomo y la lanzó, logrando incrustarla en el pecho. La mujer inmediatamente comenzó a retorcerse y, poco a poco, la mitad de su cuerpo se fue convirtiendo en pez (desde la cintura hasta los pies) y se sumergió en el agua hasta desaparecer por completo.
Al poco rato, empezaron a salir muchos hombres a la orilla de la laguna. Dentro de ellos, el padre del joven cazador. Al instante se reconocieron y se alejaron de la laguna. Pero apenas se hubieron alejado un poco, cuando de pronto todas las aguas de la laguna empezaron a agitarse con fuerza incontenible y se extendieron luego con irresistible ímpetu por toda la llanura.
[1] Cucu. Palabra con que se designa a un fantasma, o a un ser monstruoso que causa miedo en los niños.
ETERNIDAD
Por David Navarrete
http://davidnavarrete.blogspot.com
— Así es, no se puede ir a pie hacia allá…
—No, tampoco te vienen a recoger
—…
— Ya es bastante el tiempo del recorrido y ni siquiera es la mitad. Lo que quiere decir que por lo menos esperaremos una eternidad más.
—Bueno… por lo menos tendrá un nombre… me gustaría saberlo.
— Si, creo que si, será la única cosa que tenga desde ahora.
A medio recorrido, ambos, se miraron de frente y decidieron continuar con la tan efímera y prolongada conversación. La fuerza de la ira se manifiesta en sus rostros compungidos, deseosos de hablar para poder terminar con la conversación y pasar el tiempo. Ellos sabían que las palabras eran las únicas que ayudarían a esperar el final del camino.
—No —decía uno, prosiguiendo una plática que se prolongaba desde hace ya tiempo—, no podemos dejar de ser lo que somos; ¿por qué nosotros debemos cambiar? No entiendo la razón de ir hacia allá si es que no lo queremos.
Tenía el aire preocupado, la mirada distante, era un hombre parco y enclenque, de mirada de ébano.
—El camino es pedregoso e interminable —continuó—, el cansancio flagela mis músculos y el sol calienta mi cuerpo; con este sofocante sol ya no puedo ni pensar, ¡me duele la cabeza!
Calló repentinamente, se sintió asombrado y a la vez consternado pues parecía reconocer parte del camino, le pareció haberlo transitado antes.
—Estoy pensando si tienes razón —dijo el otro, pensativa y lentamente—. Es que yo siento un escalofrío pavoroso y el frío hela mis venas; además, la noche ha caído ya.
Se hizo un silencio prolongado durante el cual cada uno meditaba sobre su punto de vista. Al cabo de un tiempo, el hombre parco y enclenque comenzó de nuevo:
—Recuerdo que fue a orillas del mar. Lo recuerdo muy bien. Un caluroso día de estival de 1970 regresaba a su casa un soldado al que habían dado la absoluta. Era joven, de cuerpo fornido, agraciado y de labios finos. Sus ojos claros como los de su madre a la cual visitaba desde hace buen tiempo. Sus pies habían pisado esos caminos cuando aún era muy pequeño. Se sentó en un banco y se miró las manos, de dedos largos y nudosos. Suspiró hondamente al llegar a casa y mirar la silla vacía de mamá; él sabía que su madre se encontraba en el patio, atrás de la casa. Se levantó, echóse andar y fue en busca de su madre. Al verla, profirió palabras hacia ella, la miró fijamente y sintió ganas de abrazarla tierna y dócilmente:
Cuando por un pinar cruzo, tu voz oigo; en mis palabras a un amigo, tu ternura se oye y cuando a traición recibo un golpe, la pena que llora es la tuya. Si maldigo a un amigo traicionero, suena en la maldición tu ira. Cuando de países lejanos a la patria vuelvo, siento en el apacible mecerse de una flor tu ternura. Mi vida ha de ser eterna. Estaremos solos los dos.
—La madre le parece contestar —agregó con voz solemne y quejumbrosa— desde lo más profundo de las tinieblas eternas, desde la tumba a través del susurro de las ramas que crecen del abedul. Después de eso, no recuerdo que pasó con el joven soldado ¡no lo recuerdo! Esa película la vi hace mucho tiempo.
Durante mucho siguieron su camino atravesando la ciudad del joven soldado. Ambos sujetos llevaban la barba crecida y sucia, la ropa andrajosa y los cuerpos agotados por el viaje. El hombre parco se quedó en silencio, su mirada de ébano se transfiguraba por una lagrima que brotaba en su rostro, sin embargo la lágrima regreso hacía sus pupilas ya que le estaba prohibido llorar. El otro era de semblante adusto y de voz cavernosa. Al sentir llegar el silencio del otro, comenzó:
—Por mi parte diré que en ese verano no había gran cosa que hacer en la casa. Aquel periodista se sentía sólo y triste, lleno de melancolías y penas. Cabizbajo, se puso a pensar en la tierna y virginal Leonora. Recordó a Teresa, la joven misteriosa de abrumadores ojos.
Leonora se levantaba junto a él en las mañanas a contemplar el amanecer. Le gustaba tanto ver la luz del alba. Leonora le amaba por sobre todas las cosas. El periodista siente un deseo tan grande de volver a cerrar los ojos y ver otra vez las calurosas mañanas, llenas de sol junto a Leonora, de sentir otra vez la fragancia de las manzanas que se esparce por toda la casa. Pero la realidad acaba venciendo: los ojos ven con despiadada claridad el rostro inmóvil ya para siempre. La lucha postrera por la vida ha consumido a Leonora. Se ha secado la vida como seca las hojas el tórrido viento del desierto. El periodista se ve sólo y triste a lado de Teresa. Fin de la película.
Las horas transcurren pesadamente. En el aire se siento la atmósfera de tragedia. La crudeza del amanecer sacude el sueño de ambos sujetos los cuales se habían rendido después de la larga conversación. El primero en reiniciar la plática es el de semblante adusto y voz cavernosa:
—Siento gran pena por el periodista. Al igual que me entristece el joven soldado que perdió a su madre. La verdad siento pena por los dos.
—No sientas tristeza por ninguno —le replicó el otro— el soldado fue a luchar a una guerra y en esa guerra murió su madre. Después quedó sólo en casa esperando el momento oportuno, agarró el arma… nada más.
Los dos se miraron fijamente como si el acto protocolar de la conversación se hubiera roto después de tanto tiempo de respetarlo. Ambos sabían que lo ceremonioso y solemne yacía en el tiempo
—Pensé que no recordabas lo que pasó con el soldado… ¿el arma? pregunto mientras la desesperación del otro acrecentaba.
—Yo no mencione ningún arma —respondió el enclenque—. Bueno, sí lo hice, pero no le quedó otra opción al soldado; él no supo en que dirección estalló la bomba solo lo supo después que su madre… bueno. La vida ha producido millones y millones de muertos, además, no vas a negar que el periodista mató a Leonora para quedarse con Teresa y aunque no lo quieras decir, en tus ojos se trasluce esa verdad, sino por que al final se queda con Teresa.
—¡No! —dijo el otro, respondiendo de forma nerviosa y amarga—, ¡yo!… ¡él!… el periodista amaba a Leonora, la amaba profundamente y jamás la podrá olvidar, tanto así que después de su muerte nunca fue feliz con ninguna otra mujer… Leonora era su vida…
Ambos, dolidos y contrariados, sabían que la conversación había culminado, al menos ninguno quiso hablar más, ni tampoco hacer brotar sus recuerdos, aunque internamente estos recuerdos atormentaban su alma el resto del largo camino hacia allá arriba.
De pronto, en la vereda de los pastizales, pero muy lejos, se oyó ladrar un perro, ambos levantaron la cabeza y se dibujo una sonrisa en sus rostros al ser concientes de que el camino había terminado y que su descanso estaba próximo. Después de llegar y ponerse cómodos, cada uno en su lecho miró de frente y fijamente al otro y como si por primera vez se conociesen, iniciaron una conversación que quien sabe cuanto durará, lo único seguro es que será una eternidad…otra eternidad
—Así es, no se puede dormir tranquilo aquí…
—No, tampoco allá
—…
—Bueno… por lo menos tendrá un nombre… me gustaría saberlo
—Si, creo que si, será la única cosa que tenga desde ahora.
—No se moleste en decírmelo… alcanzo a leerlo desde aquí. Nicolai, que bonito nombre… ¡Ah!, usted es soldado
—Y usted se llama Paúl, alcanzo a leerlo desde aquí, dice que usted es periodista. Que bueno que nuestras lápidas hayan sido claras y precisas.
LOBO
Por Hernan Darío
(colaboración)
A Silvia
Yo fui el lobo que se internó en el bosque, el que a nadie importaba ni a nadie sorprendía. Fui el silencio en la oscuridad y la sombra bajo el tejado en el día. Solitarias y rutinarias eran mis mañanas y noches, sin nadie a quien necesitar ni a quien hacer falta; hasta que alguien me extendió la mano que no atreví a morder. Me acarició suavemente, desde mis orejas hasta mis pómulos, y por primera vez la sangre en mis colmillos no fue excusa para entregármele a alguien. Me atreví a seguirla por senderos desconocidos, por parajes que mis ojos en la oscuridad no vieron, sin miedo a perderme.
Viví en su vida parte de la mía, yo necesitándola y ella a mí, éramos centinela y noche, pastor y oveja; hasta que un jueves decidió internarse en el bosque sin avisarme, traté de seguirle el rastro, pero precisamente no era un perro sabueso; perseguí su sombra toda la noche entre ramas y trampas de cazadores de sueños, sin lograr nada. Cansado me detuve y senté al pie de un río que trataba de explicarme el por qué de su partida, pero era algo que iba mas allá de mi entendimiento, algo que nadie puede entender, me explicó. Muy a pesar de los resultados de mis búsquedas, la sigo buscando con la esperanza de que salga sana del bosque de donde ella misma me sacó con caricias y “no tengas miedo, no te va a pasar nada”.
A veces suelo sentarme en el monte hasta que el sol hace sombra en mí, miro hacia el horizonte y parece que la veo corriendo y riendo, allá a lo lejos, tan lejos que la fuerza en mis cuatro patas no me ayudarían a alcanzarla, y es entonces que bajo mis orejas y detengo el rabo.
No demores tanto en regresar, ¿si?, me estoy volviendo viejo, y temo no reconocerte cuando vuelvas…
Hernan Darío
Lima, 1991. Radica en la ciudad de Trujillo. Apasionado lector y escritor joven. Obtuvo el tercer puesto en el VII Concurso Nacional Juvenil de Cuentos en memoria de Germán Patrón Candela, en el año 2007.
Ingresó el presente año a
LA HISTORIA DE LA SIRENA VARADA
Por María José Cumplido
(colaboración desde Chile)
El mar bravo trajo una sirena a las playas de un pueblo un tanto perdido, olvidado en la polvareda que causa la ausencia total de recuerdos; allí varó. Llegó en una ola brillante que la empujó con delicadeza, depositándola con sutil belleza en la playa. La ola amaba a la sirena. El mar entero amaba a la sirena.
Pasaron los días en aquella playa grisácea y carente de contacto humano, hasta que pasó por allí una joven. Nunca pasaba por allí, no le gustaba lo gris de la playa, pero vaya uno a saber por qué decidió cambiar de ruta. Algunas personas lo llaman destino, yo prefiero decir que es la magia que producen las sirenas. Y en su caminar la miró directamente a los ojos, y desde ese mismo momento no pudo dejar de observarla.
Eso es lo más bello de la belleza, que cuando uno se la topa, no puede dejar de observarla: es eterna.
Y se quedó ahí horas, días e incluso meses. No se movió ni le dirigió la palabra, sólo miraba a la sirena y la repasaba cuidadosamente de cola a cabeza. Hasta que la sirena comenzó a sentirse observada, y se puso nerviosa.
—Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué me miras tanto?
—emm… no lo sé, supongo que es porque nunca había visto una sirena.
Y la sirena encontró que era un buen argumento y se quedó callada. Permitió que la mirara por unos meses más. Hasta que tanto aburrimiento la mató. Y junto a ella murió su singular belleza. La joven ya no quiso mirar un cadáver de sirena, porque ya no le parecía hermosa ni motivante.
Días después la joven entendió todo. No puedes mirar la magia de lejos, tienes que introducirla a tu vida y vivir con ella. No importa cuán absurdo pueda sonar, pero es verdad. Al menos, a mí me ha funcionado.
Y soy muy amiga de la sirena.
MARÍA JOSÉ CUMPLIDO
Santiago de Chile, 1988. Vive su infancia plagada de lecturas, influenciada por sus abuelos y otros parientes adictos al hábito de leer.
Actualmente es estudiante de Historia en
JUSTO JORGE PADRÓN Y EL ARTE DE LO INDIRECTO
Por Oscar Ramirez
http://elhabitaculodeorem.blogspot.com
En el mes de abril del presente año, se llevaron a cabo diversas actividades culturales conmemorando los 70 años del fallecimiento del poeta universal César Vallejo.
Lo abordé antes del recital poético. Lo extraño fue que se encontraba solo, nadie parecía conocerlo. Su portentosa estatura, intimidante por ratos, no impidió que me acercara y conversara con él. Se sorprendió al mostrarle un ejemplar de Los círculos del infierno. Dónde lo haz conseguido —me preguntó—, ya ni en España encuentras ese libro. Antes de entrar al recital me dijo: Te parece si conversamos después del evento.
Fue demasiado grata la experiencia de compartir una pequeña charla que debió durar cinco minutos, pero que se extendió por más de quince.
Oscar Ramirez.- Esta es una pregunta un tanto protocolar, ¿cómo es su relación cultural con el Perú?
Justo Jorge Padrón.- Bueno, yo estuve aquí, en Trujillo, el año 2003, cuando
O.R.- En el evento se mencionó de manera constante, casi como un slogan, que un nominado al Premio Nobel de Literatura iba a estar presente, ¿qué opinión le merece eso?
J.J.P.- Bueno, cuando gané el Premio Europa de Literatura, tenía como finalistas a Graham Greene y al gran poeta italiano Mario Luchi; tuve la fortuna de que me lo diesen a mí, precisamente por el libro Los Círculos del Infierno. A raíz de ese premio, vinieron premios importantes como el Premio Sofía, que es un premio que han ganado Sholojov, Boris Pasternak, entre otros;
O.R.- Su trabajo como traductor de la poesía nórdica, escandinava, ha resultado crucial para la expansión y conocimiento de una infinidad de poetas, ¿cómo nace esa afinidad con estas culturas?
J.J.P.- Cuando yo estudié filosofía y letras y derecho en Barcelona, amplié estudios de Derecho Internacional un año en París, y luego fui a Escandinavia donde estudié lengua y literatura nórdicas. Viví ocho años y medio en Suecia, cuatro en Noruega, y uno y medio en Islandia. La oportunidad de vivir y estudiar en aquellos países hizo que aprendiera bien esas lenguas; luego pude traducir a poetas de lengua española al sueco, por ejemplo Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, del cual la antología prosperó y tuvo una gran acogida en Suecia. Cuando Aleixandre ganó el Nobel tenía muy mala salud, entonces por ese hecho yo lo recogí y pronuncié su discurso.
O.R.- Digamos que su relación con Vicente Aleixandre fue más compenetrada.
J.J.P.- Fue una relación de amigos, pero sobre todo de maestro él y yo discípulo. Pienso que todos los escritores o todos los artistas, tienen un periodo de aprendizaje, y claro, cuando yo tuve de los veinte a los treinta y cuatro años, en esa labor de aprendizaje tuve la suerte de contar con maestros como Neruda y Aleixandre.
O.R.- ¿Y su relación con Neruda?
J.J.P.- Bueno, la relación con Neruda fue corta porque fue en la época que él estaba de embajador en París; yo le hice las primeras entrevistas que se publicaron en España después de la guerra civil, porque él era un hombre absolutamente prohibido como stalinista radical, pero ya en esa época la dictadura franquista estaba mucho más extenuada y en el año setenta y uno estas entrevistas me las permitieron.
O.R.- Hablando sobre este evento, ¿cómo conoce o surge en usted esa pasión por Vallejo?
J.J.P.- Como lector. Naturalmente, como Vallejo murió en mil novecientos treinta y ocho, yo en esos años no había nacido, entonces mi conocimiento de Vallejo es de lector. Yo empecé leyendo Poemas humanos, fue el primer libro que cayó en mis manos, y bueno, ante un poeta tan importante, lo que hice fue leer con avidez, con disciplina, porque hay que leer con rigor para aprender. Luego de ese libro, pasé a Los heraldos negros, y luego a Trilce; a mí por ese orden me gusta su poesía.
O.R.- ¿Poniendo a Trilce como una especie de tope?
J.J.P.- El libro que más me gusta de Vallejo es Poemas Humanos, sobre todo con la parte de España, aparta de mí este cáliz, ese es el libro donde yo encuentro la cima de la poesía vallejiana; la poesía de experimentación me gusta menos. La poesía es esencialmente un fenómeno expresivo, la poesía es el arte de lo indirecto, entonces el poeta debe elaborar un lenguaje con una densidad metafórica. Yo, por ejemplo, opero con un sistema poético: me guío por la estética, trato de buscar un lenguaje que sea preciso, pero a través de un mundo de imágenes y de una visión metafórica de la existencia. La poesía es el arte de lo indirecto, por ello no puedes narrar algo como si fuera un periódico. Hay poetas que lo hacen, pero ese no es el mundo que me gusta ni el que yo hago. Hay gente que rompe el lenguaje buscando otros destellos… cada quien con su experimentación.
O.R.- Hablando de su trabajo como poeta, ¿cómo o bajo qué influencias empezó a escribir?
J.J.P.- Pues fue casualmente. Yo tenía catorce años y ayudaba a mi padre a mover una estantería en nuestra casa; de pronto suena el teléfono y él va hacia otro cuarto a responder la llamada; yo intenté mover la estantería y se caen los libros. Uno se rompió, se le cayeron las tapas, y lo que hice fue esconderlo para que mi padre no me riñera. Al pegarlo, vi que el título era Pan, y pensé a lo mejor es un libro que trata sobre la manera de hacer el pan, pero no: era el bosque escandinavo, Pan era el dios del bosque. Entonces, en esas páginas maravillosas, se levantó ante mí el bosque escandinavo, y cuando terminé de leer aquel libro, descubrí qué era la literatura y la fascinación del mundo nórdico, y a estas dos cosas yo siempre le he sido fiel, porque a partir de ese momento me hice el propósito de convertirme en escritor. Pero la poesía la descubrí un poco más tarde. A la edad de catorce-quince años me estaba formando para ser un escritor, pero un día, casualmente en una librería de la calle principal de Estocolmo, vi un disco, un long play, con la foto del busto de Pär Lagerkvist, el autor de Barrabás (la película que hizo Anthony Queen), El enano, en fin, un genial narrador; pensaba que el disco eran fragmentos de novelas o cuentos, y descubrí con sorpresa que eran poemas. Descubrí, entonces, a Pär Lagerkvist poeta, de una sencillez y una transparencia emocionantes, y con esa interrogación permanente que tiene del hombre sobre el misterio de la vida. Cuando yo descubrí que eso lo podía formular la poesía, esas posibilidades que tiene para llegar al interior del ser humano, me pasé al bando de la poesía, y ya nunca me interesé por la novela.
O.R.- En el poemario Los círculos del infierno, el lenguaje sombrío maneja una alegoría muy sensata acerca de la oscuridad, pero en El bosque de Nemi, uno puede hallar poemas más lúdicos, oníricos y por qué no decirlo, sensuales, ¿cómo logra esa variación en el sentido del lenguaje que imprime a cada poemario?
J.J.P.- En El bosque de Nemi me propuse recrear una nueva mitología, partiendo de la mitología clásica donde hay muchos dioses, ninfas, del repertorio de los mitos neoclásicos, pero dándoles una visión más actual. Bueno, eso en una obra de treinta libros como la mía, en un momento determinado me pareció una propuesta nueva y la hice con gusto. Claro, en ese libro si hay poemas desenfadados, pero Los círculos del infierno es un libro sumamente dramático… lo considero el infierno que está dentro de nosotros.
O.R.-¿Y cuál es la vitalidad que halla usted en la poesía?
J.J.P.- La poesía no es solamente una forma de conocimiento, sino una forma de celebración de la vida, una manera de intuir lo que está más allá de las riberas del mundo cognoscitivo.
JUSTO JORGE PADRÓN (Las Palmas de Gran Canaria, 1943)
Es una figura importante de la generación poética del setenta; ejerció como abogado en su ciudad y luego se trasladó a Madrid donde ha desarrollado una intensa vida literaria. Es, además, traductor de importantes autores escandinavos
Fue secretario general del PEN Club Español de
Publicó su primer libro de versos en 1969, «Escrito en el agua», con el que quedó finalista del premio Adonais.
Ha ganado, entre otros, los premios de poesía: Premio Boscán, Premio Europa de Literatura en 1986, en Yugoslavia; Gran Premio Internacional de Literatura de Sofía en Bulgaria en 1988; Premio Orfeo de Bulgaria en 1992; Premio Internacional de
En 1982 organizó y presidió el Sexto Congreso Mundial de Poetas en Madrid, en 1992 el Festival Internacional de Garachico en Tenerife; desde 1996 dirige el Festival Internacional de Poesía de Las Palmas.