Desde el principio tuve conciencia de que todo lo observado no era real: ni la música, ni el paisaje, ni el mar, ni mi cuerpo. Era otro el mundo y era otro yo. A veces pienso que mi estado de locura me hizo viajar al mejor de los mundos posibles, una vez más. El espacio circular dependía de la imaginación, y el tiempo tan solo era un acompañante de la existencia como es la soledad cuando nace el silencio.
Confieso que sentí cierto temor cuando por primera vez abrí los ojos (¿quién no albergaría al miedo si amaneciera desnudo en las orillas de un foráneo lugar?) y cierta angustia cuando empecé a flotar sobre mi bosquejada sombra… mas, tras reconocer mi voz, prontamente dejé de palpitar.
Oscilaba la mirada entre incontables imágenes que aparecían súbitamente. Estaban llenas de misterio: algunas parecían espejos; otras, deidades mortales. Traté de acercarme al lugar de donde procedían, pero repentinamente empezaba a flotar. El hermetismo invadía la atmósfera por completo. A lo lejos se escuchaban sonidos humanos, vibraciones rasgadas, y el aire dejaba condensarse, era más suave. El horizonte no estaba tan distante, mucho menos solitario. Las figuras volvían a aparecer, como eslabones rebeldes, rodeándome más cada vez. Sentíame príncipe, en la gloria y contrario a la realidad. Sus miradas ofrecían a mi cuerpo tentación y desnudaban mi incompleta identidad. Danzaban frente mío con sus retorcidas e imperfectas formas mientras en nuestro alrededor, pequeñas ondas cortejaban a las dos orillas.
Una de ellas creía conocerme. Portaba una especie de investidura y noté que dirigía a las demás. Sus movimientos llevaban el compás de mis latidos, se acercaban y distanciaban con familiaridad, su semblante incitaba confianza y su dominio era absoluto.
La ceremonia fue un poco extensa. Al final, todas cercaron mi cuerpo. El ubicuo acarició mi piel, rozó mis ojos, incrementó mi temperatura, y diome un beso en la frente. Estaba nervioso. Levitaba junto a mí. Intentaba comunicarme algo. Observé mi sombra que se alejaba, que empezaba a ser esclava del suelo y de la vaguedad. El coro calló, las imágenes desaparecieron, el panorama se metamorfoseó: las creencias son ciertas. El ubicuo me explicó la fusión de los tiempos, la concepción del ser (humano) y la ucronía de la historia. El pensamiento se hizo colectivo y él se retiró como si hubiere visto algo cotidiano.
Acepté mi levedad y, entonces, recordé que fui mortal.
[1] Con este cuento, el autor obtuvo el primer lugar en el I Concurso de Cuento Breve "A Toda Página", convocado por el Centro Peruano Americano, El Cultural.
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