Por Ricardo Calderón Inca
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Cuando hablamos de anécdotas, hacemos mención a la parte curiosa y singular de un relato o vicisitud que mantiene relación con nuestras acciones cotidianas, cuya primera impresión, manifiesta un hecho trivial, fútil, pueril, irrelevante y todos los sinónimos habidos y por haber; sin embargo, algunas escapan de la ilustración convencional, para convertirse en un hecho, además de entretenido, sustancial, donde las pequeñas palabras o acciones esconden en su contenido, una intención comunicativa trascendente.
Así pues, las anécdotas manifiestan emociones en las múltiples categorías, tales como ocurren con las diversas personalidades de la ciencia y las letras de la historia y por qué no decirlo, en las diferentes relaciones mortales… como en nuestras vidas mismas. Por ejemplo, en el ambiente literario, han surgido diferentes experiencias y anécdotas, algunas desagradables y otras atractivas, pero en ambas situaciones influyentes. Situémonos en el caso de Fedor Dostoievski escritor de Crimen y castigo, nació en el manicomio, el lugar donde su padre trabajaba de médico y estuvo en constante contacto con enfermos mentales, lo que impregnaría toda su obra literaria con una fructífera vocación por la introspección psicológica de sus personajes. Jorge Díaz Herrera comentaba en una oportunidad que el autor de Pobres gentes, no podía dormir durante las noches, debido a que, a veces, se sentía rodeado por sus personajes y que estos le reclamaban que cambiara sus destinos, pero que ni siquiera él, su creador, podía hacerlo. “El Apolo de Inglaterra” como lo denominaban al poeta Lord Byron por la belleza de sus facciones, también esconde una singular manifestación, se dice —según sus biógrafos—, la cojera que padeció desde la infancia causada por un encogimiento del Talón de Aquiles, alteró su personalidad, siendo una de las causas de su carácter excéntrico e hipersensible. Por esta malformación Byron nunca pudo perdonar a su madre a la que culpaba por llevar corsé durante el embarazo. Se comenta que la fantasía de este poeta británico era la de disfrazar a sus amantes con ropas de hombre para hacerlas pasar por sus primos en los hoteles donde se daban cita. Y no me diga usted que no haría lo mismo, si tuviera la imperiosa necesidad de satisfacer sus necesidades viriles. Ojo, me incluyo.
Así observamos que existen una infinidad de acontecimientos pasajeros que de alguna manera muestran el comportamiento o la inclinación artística de nuestros escritores. En una oportunidad el escritor francés Víctor Hugo, se encontraba de vacaciones y quería saber qué tal iba la edición de su novela Los miserables. Escribió a su editor poniéndole: "?" y recibió como respuesta: "!". Y como era de esperarse su obra resultó ser una de las más importantes novelas románticas del siglo XIX. El poeta amante de los cantos a la belleza natural, Dylan Thomas, escribió estos versos: “Las rosas resfriadas mueren en la destornillada tarde del beso hierático de un adiós azul, luengo y uniforme torpe yo que bebo abrazos de cartón.” A la respuesta de estos versos, el poeta manifestó lo siguiente: “no los entiende ni mi madre”. De igual manera el poeta contemporáneo bonaerense Juan Gelman comentaba: "Una vez me pasó algo genial. Estaba con Mario Benedetti y Daniel Viglietti haciendo un reportaje en una radio. Había chicas y muchachos entre el público. Mario leyó un poema, luego yo leí un poema de amor. Cuando terminó la grabación, una chica que estaba allí se me acercó y me dijo: "¿Ese poema es suyo?", le digo: "Sí". Me dice: "¡Hijo de puta!". Le digo: "Mire, yo sé que no es muy bueno, pero soy una buena persona". Ella dice: "No, no lo digo por usted, estoy hablando de un novio que tuve, que me mintió diciendo que lo había escrito él".
Naturales anécdotas han escapado de grandes voces de escritores universales, un tanto geniales, un tanto humildes y como manifestaba Jorge Luis Borges un tanto solitarios. Dentro de los sucesos de escritores nacionales tenemos a la ya conocidísima anécdota del puñetazo que proporcionó Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez, allá en los años 70, "esto es por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona"; manifestaba el autor de La ciudad y los perros expulsando de sus manitas un golpe certero. Jorge Díaz Herrera, en una entrevista, comentó de manera abierta la expresión del poeta José Watanabe, al encontrarse en una oportunidad por las calles de Trujillo: “cuanto nos ignora la gente”. Con esta pequeña frase, el poeta de los versos serenos, resume la crisis que comulga en una soterrada mezquindad por parte de las personas iletradas de nuestra cultura literaria. De la misma forma Oswaldo Reynoso trata de poner en claro la labor del escritor en la vida diaria, pronuncia: “cada escritor tiene una personalidad, cada escritor tiene un ritmo vital, no es un robot, el escritor es un ser como cualquiera que se dedica a hacer arte”.
Queda en claro con estas efemérides, que las voces de los autores han pronunciado ilustremente, el devenir de sus pensamientos, algunos más profundos y discretos, otros más puntuales y sinceros, pero el fin de cuenta, “reveladores”.
Acabo con esta tertulia, utilizando los adminículos más enérgicos de un escritor, sus palabras: “Cualquier hombre puede hacer historia, pero sólo un gran hombre puede escribirla”. Atentamente: Oscar Wilde.
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