jueves, 30 de octubre de 2008

ETERNIDAD

Por David Navarrete

/ eeaa27@hotmail.com /

http://davidnavarrete.blogspot.com

— Así es, no se puede ir a pie hacia allá…

—No, tampoco te vienen a recoger

—…

— Ya es bastante el tiempo del recorrido y ni siquiera es la mitad. Lo que quiere decir que por lo menos esperaremos una eternidad más.

—Bueno… por lo menos tendrá un nombre… me gustaría saberlo.

— Si, creo que si, será la única cosa que tenga desde ahora.

A medio recorrido, ambos, se miraron de frente y decidieron continuar con la tan efímera y prolongada conversación. La fuerza de la ira se manifiesta en sus rostros compungidos, deseosos de hablar para poder terminar con la conversación y pasar el tiempo. Ellos sabían que las palabras eran las únicas que ayudarían a esperar el final del camino.

No decía uno, prosiguiendo una plática que se prolongaba desde hace ya tiempo, no podemos dejar de ser lo que somos; ¿por qué nosotros debemos cambiar? No entiendo la razón de ir hacia allá si es que no lo queremos.

Tenía el aire preocupado, la mirada distante, era un hombre parco y enclenque, de mirada de ébano.

El camino es pedregoso e interminable continuó—, el cansancio flagela mis músculos y el sol calienta mi cuerpo; con este sofocante sol ya no puedo ni pensar, ¡me duele la cabeza!

Calló repentinamente, se sintió asombrado y a la vez consternado pues parecía reconocer parte del camino, le pareció haberlo transitado antes.

Estoy pensando si tienes razón dijo el otro, pensativa y lentamente. Es que yo siento un escalofrío pavoroso y el frío hela mis venas; además, la noche ha caído ya.

Se hizo un silencio prolongado durante el cual cada uno meditaba sobre su punto de vista. Al cabo de un tiempo, el hombre parco y enclenque comenzó de nuevo:

Recuerdo que fue a orillas del mar. Lo recuerdo muy bien. Un caluroso día de estival de 1970 regresaba a su casa un soldado al que habían dado la absoluta. Era joven, de cuerpo fornido, agraciado y de labios finos. Sus ojos claros como los de su madre a la cual visitaba desde hace buen tiempo. Sus pies habían pisado esos caminos cuando aún era muy pequeño. Se sentó en un banco y se miró las manos, de dedos largos y nudosos. Suspiró hondamente al llegar a casa y mirar la silla vacía de mamá; él sabía que su madre se encontraba en el patio, atrás de la casa. Se levantó, echóse andar y fue en busca de su madre. Al verla, profirió palabras hacia ella, la miró fijamente y sintió ganas de abrazarla tierna y dócilmente:

Cuando por un pinar cruzo, tu voz oigo; en mis palabras a un amigo, tu ternura se oye y cuando a traición recibo un golpe, la pena que llora es la tuya. Si maldigo a un amigo traicionero, suena en la maldición tu ira. Cuando de países lejanos a la patria vuelvo, siento en el apacible mecerse de una flor tu ternura. Mi vida ha de ser eterna. Estaremos solos los dos.

La madre le parece contestar agregó con voz solemne y quejumbrosa desde lo más profundo de las tinieblas eternas, desde la tumba a través del susurro de las ramas que crecen del abedul. Después de eso, no recuerdo que pasó con el joven soldado ¡no lo recuerdo! Esa película la vi hace mucho tiempo.

Durante mucho siguieron su camino atravesando la ciudad del joven soldado. Ambos sujetos llevaban la barba crecida y sucia, la ropa andrajosa y los cuerpos agotados por el viaje. El hombre parco se quedó en silencio, su mirada de ébano se transfiguraba por una lagrima que brotaba en su rostro, sin embargo la lágrima regreso hacía sus pupilas ya que le estaba prohibido llorar. El otro era de semblante adusto y de voz cavernosa. Al sentir llegar el silencio del otro, comenzó:

Por mi parte diré que en ese verano no había gran cosa que hacer en la casa. Aquel periodista se sentía sólo y triste, lleno de melancolías y penas. Cabizbajo, se puso a pensar en la tierna y virginal Leonora. Recordó a Teresa, la joven misteriosa de abrumadores ojos.

Leonora se levantaba junto a él en las mañanas a contemplar el amanecer. Le gustaba tanto ver la luz del alba. Leonora le amaba por sobre todas las cosas. El periodista siente un deseo tan grande de volver a cerrar los ojos y ver otra vez las calurosas mañanas, llenas de sol junto a Leonora, de sentir otra vez la fragancia de las manzanas que se esparce por toda la casa. Pero la realidad acaba venciendo: los ojos ven con despiadada claridad el rostro inmóvil ya para siempre. La lucha postrera por la vida ha consumido a Leonora. Se ha secado la vida como seca las hojas el tórrido viento del desierto. El periodista se ve sólo y triste a lado de Teresa. Fin de la película.

Las horas transcurren pesadamente. En el aire se siento la atmósfera de tragedia. La crudeza del amanecer sacude el sueño de ambos sujetos los cuales se habían rendido después de la larga conversación. El primero en reiniciar la plática es el de semblante adusto y voz cavernosa:

Siento gran pena por el periodista. Al igual que me entristece el joven soldado que perdió a su madre. La verdad siento pena por los dos.

No sientas tristeza por ninguno le replicó el otro el soldado fue a luchar a una guerra y en esa guerra murió su madre. Después quedó sólo en casa esperando el momento oportuno, agarró el arma… nada más.

Los dos se miraron fijamente como si el acto protocolar de la conversación se hubiera roto después de tanto tiempo de respetarlo. Ambos sabían que lo ceremonioso y solemne yacía en el tiempo

Pensé que no recordabas lo que pasó con el soldado… ¿el arma? pregunto mientras la desesperación del otro acrecentaba.

Yo no mencione ningún arma respondió el enclenque—. Bueno, sí lo hice, pero no le quedó otra opción al soldado; él no supo en que dirección estalló la bomba solo lo supo después que su madre… bueno. La vida ha producido millones y millones de muertos, además, no vas a negar que el periodista mató a Leonora para quedarse con Teresa y aunque no lo quieras decir, en tus ojos se trasluce esa verdad, sino por que al final se queda con Teresa.

¡No! —dijo el otro, respondiendo de forma nerviosa y amarga—, ¡yo!… ¡él!… el periodista amaba a Leonora, la amaba profundamente y jamás la podrá olvidar, tanto así que después de su muerte nunca fue feliz con ninguna otra mujer… Leonora era su vida…

Ambos, dolidos y contrariados, sabían que la conversación había culminado, al menos ninguno quiso hablar más, ni tampoco hacer brotar sus recuerdos, aunque internamente estos recuerdos atormentaban su alma el resto del largo camino hacia allá arriba.

De pronto, en la vereda de los pastizales, pero muy lejos, se oyó ladrar un perro, ambos levantaron la cabeza y se dibujo una sonrisa en sus rostros al ser concientes de que el camino había terminado y que su descanso estaba próximo. Después de llegar y ponerse cómodos, cada uno en su lecho miró de frente y fijamente al otro y como si por primera vez se conociesen, iniciaron una conversación que quien sabe cuanto durará, lo único seguro es que será una eternidad…otra eternidad

Así es, no se puede dormir tranquilo aquí…

No, tampoco allá

—…

Bueno… por lo menos tendrá un nombre… me gustaría saberlo

Si, creo que si, será la única cosa que tenga desde ahora.

No se moleste en decírmelo… alcanzo a leerlo desde aquí. Nicolai, que bonito nombre… ¡Ah!, usted es soldado

Y usted se llama Paúl, alcanzo a leerlo desde aquí, dice que usted es periodista. Que bueno que nuestras lápidas hayan sido claras y precisas.

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