jueves, 30 de octubre de 2008

LA MUJER DE LA LAGUNA (*)



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Por Luciano Rodríguez

/ lrf_jc@hotmail.com /

“El pueblo mestizo e indígena tendrá sus intérpretes propios,

en literatura y en música antes que en pintura”.

José María Arguedas

Érase un campesino que vivía feliz y tranquilo. Poseía terrenos y animales; sus sembríos aumentaban de año en año. Pero la desgracia asalta cuando uno menos lo espera.

Las riquezas se marcharon como habían llegado. Y al fin, el campesino apenas podía llamar suyo a las tierras en que vivía. El pobre se afligía mucho y se pasaba el día pensando en el por qué de su desgracia. A tal modo que llegó a verse dominado por sus preocupaciones.

Pasaron los días y llegó el mes de mayo. En el primer día de este mes, los campesinos suben a la cumbre de los cerros o a las lagunas. Plantan una cruz llena con flores, cantan y bailan alrededor de ella en señal de buena suerte y bienvenida al mes de las flores o a lo que ellos llaman florecer. El campesino, que estaba arruinado, también fue a dejar flores cerca a una laguna, para ver si le traía buena suerte. Al pasar junto a la laguna oyó moverse el agua. Pensando que era una trucha, se volvió rápido y sorpresivamente vio a una bella mujer que lentamente salía del agua. Sus largos y brillantes cabellos cubrían sus hombros y extendía sus finas manos hacia él. El campesino dijo entre sí: esta debe ser la mujer encantadora, que sale por estas fechas a peinarse a la orilla de la laguna. Preso de miedo, se preguntó si debía seguir allí o emprender su retiro. De pronto, la mujer dejó oír su dulce voz, lo llamó por su nombre y le preguntó el por qué de su tristeza. El campesino quedó al principio aterrado y sin habla, pero ante la gentileza con que ella se expresaba, se revistió de valor y le contó como había vivido en riqueza y como ahora vivía en la miseria.

¡Tranquilo!replicó la mujer de la laguna. Yo te voy a hacer rico y más feliz de lo que eras. Ahora bien, lo haré con una condición: la de que me entregues lo que en tu casa acaba de nacer.

Lo único que allí puede nacer se dijo el campesino es un perro o un ternero. Y prometió a la mujer de la laguna lo que le había pedido.

La mujer de la laguna se sumergió de nuevo en el agua, y el campesino regresó a su casa feliz y contento. Apenas hubo llegado, su criada corrió a recibirlo y le dijo que se alegre, pues su esposa había dado a luz un niño. El padre campesino quedó atónito. Se dio cuenta que la mujer de la laguna sabía la noticia y se lo había ocultado. Se acercó hacia su esposa y ella le preguntó porque no se alegraba al ver a su hijo, y él le informó de lo que había ocurrido y de la promesa que acababa de hacer.

Pasaron los días y de pronto la felicidad y la abundancia de los sembríos retornaron al hogar del campesino. No tardó en hacerse rico. El dinero que obtenía se multiplicaba durante las noches, porque amanecían llenos los cofres y las talegas. Sin embargo, las riquezas no alegraban su ser: la amargura y la preocupación predominaban en él. La promesa hecha a la mujer de la laguna le destrozaba el corazón. Cada vez que pasaba cerca de la laguna, temía que de ella saliera la mujer para hacerle recordar lo prometido y jamás permitía que su hijo se acercase por aquellos lugares.

¡Cuídate mucho, hijito mío! le decía—. Evita acercarte por la laguna, porque si lo haces, podría salir de ella un cucu[1] y te arrastraría al fondo.

Pasaron los años y la mujer de la laguna no se presentó. El campesino comenzó a tranquilizarse. El niño creció sano y fuerte y se hizo joven. Al poco tiempo se enamoró de una bella y honesta muchachita, con quién contrajo matrimonio. Vivieron los jóvenes felices y contentos disfrutando de su tierno amor.

Cierto día el joven salió a pescar truchas a la laguna, se había olvidado de las advertencias de su padre. No bien echó el anzuelo, apareció la mujer de la laguna con el rostro resplandeciente semejante al de su esposa, y le dijo:

¡No temas!, amado mío, te he estado esperando por mucho tiempo, acércate, ven conmigo.

El joven quedó asombrado ante la belleza de la mujer. Al principio quiso correr, pero la voz dulce y encantadora lo detuvo. La mujer se acercó y extendió sus finas manos hacia el joven y le prometió muchas riquezas. El joven no pudo resistir al encanto de sus palabras y con un poco de nerviosismo extendió sus manos a las de ella y la mujer inmediatamente, sonriente, le jaló y se hundieron juntos en las aguas que lo cubrieron en el acto.

Llegada la noche el joven no regresó a su casa, la esposa comenzó a preocuparse y, dominada por la ansiedad, fue en su busca. Ella empezó a tener un mal presentimiento. Fue corriendo a la laguna y vio en la orilla el anzuelo y el morral de su marido. Entonces se dio cuenta de la desgracia que lo había ocurrido. La joven esposa se embriagó de tristeza y retorciéndose las manos llamó a gritos a su esposo. Se paseaba de orilla a orilla, llamó repetidas veces, y al no recibir respuesta, colmó de injurias a la laguna. No quería apartarse ella, iba y venía alrededor con pasos agitados; hasta que vencida por el cansancio, regresó a su casa.

Al cabo de un mes, la joven viuda, volvió a la laguna con la esperanza de ver a su esposo. Cuando estaba paseando, escuchó un ruido en el agua; volteó a ver, y del agua salía, lentamente, una mujer muy bella.

Esta debe ser la que ha encantado a mi esposo pensó entre sí, y enfurecida reclamó a la mujer de la laguna que le devolviera a su esposo.

Estate tranquila le replicó la mujer de la laguna. Yo te devolveré a tu esposo y serás feliz. Ahora bien, lo haré con una condición: que me entregues lo que va a nacer dentro de ocho meses.

Lo único que puede nacer se dijo es un perro o un ternero—, y prometió a la mujer de la laguna que así lo hará.

Pasaron ocho meses y la joven viuda dio a luz un hermoso niño. Había quedado embarazada antes que su esposo sea encantado; al mismo tiempo nacieron un perro y un ternero. La pobre mujer rápidamente se dio cuenta que la mujer de la laguna quería su hijo y decidió esconderlo y protegerlo de cualquier encanto maligno, con ajos y crucifijos. El niño iba creciendo y su madre siempre le advertía que se cuidara de ir por la laguna.

Como quiera que iban transcurriendo los años, la joven empezó a tranquilizarse y a olvidarse de su esposo. El niño creció y se hizo mancebo hermoso y fuerte. Con el tiempo se convirtió en un hábil cazador, iba siempre con sus tíos a las altas cumbres a cazar venados y toda especie de animal salvaje.

Cierto día, por curiosidad, el joven preguntó a su madre: ¿Dónde esta mi padre? ¿Cuándo vendrá? Y ella, con tristeza en el alma, le contó lo que había sucedido. Desde entonces, el joven cazador, se cuidó de acercarse por la laguna y buscó mil formas como liberar a su padre de la mujer encantadora.

Estaba en este afán, cuando angustiado y sin esperanzas, cayó en un profundo sueño. En el transcurso del sueño, se vio subiendo por dos grandes rocas, por un camino lleno de espinas y piedras que le hacían sangrar los pies; la lluvia le azotaba el rostro y el viento recio no le dejaba respirar. Al llegar al final de la cuesta vio otro panorama, completamente distinto al que quedaba atrás: el cielo estaba azul, el aire puro y quieto y las flores coloridas aromatizaban el lugar. Ante él se abrió una pendiente que le conducía a una preciosa cabaña. El joven se acercó y abrió la puerta. Dentro de la vivienda había un anciano de cabellos blancos que le recibió con un gesto amable y comenzó a darle una serie de instrucciones de cómo liberar a su padre. En dicho momento el joven se despertó. El día había avanzado y él decidió rápidamente comprobar su sueño. Subió a la laguna, siguiendo las instrucciones, tal como el anciano lo había indicado: se pintó tres cruces en la cara una en la frente y en cada mejilla—. En uno se sus bolsillos, guardó un crucifijo y en el otro, ajos. Llevó consigo, también, su arco de cazar, y en una de sus flechas, colocó una punta de plomo. Sólo así él no caería en el encanto de la mujer de la laguna.

Cuando estaba en la laguna, inmediatamente se agitó el agua y del fondo emergió la mujer. De pronto, dejó oír su fina y dulce voz; el joven cazador se quedó impresionado al ver demasiada belleza. Ella continuó diciendo:

—Ven conmigo, te he estado esperando hace mucho tiempo, y extendiendo sus manos hacia él se acercó.

El joven la contempló por un instante y, al verse atraído por su belleza, decidió darle las manos. Pero cuando ya faltaba un centímetro para que se cojan las manos, escuchó otro ruido en el agua. Inmediatamente salió un hombre de aspecto semejante al joven cazador y dijo:

¡No lo hagas!

El joven cazador actuó rápido y pudo darse cuenta que el hombre era su padre, y la mujer, la encantadora de la laguna. Sacó su arco y lanzó dos flechas a la mujer, pero no lograron hacerle ningún daño. Finalmente, sacó la última flecha, la que tenía la punta de plomo y la lanzó, logrando incrustarla en el pecho. La mujer inmediatamente comenzó a retorcerse y, poco a poco, la mitad de su cuerpo se fue convirtiendo en pez (desde la cintura hasta los pies) y se sumergió en el agua hasta desaparecer por completo.

Al poco rato, empezaron a salir muchos hombres a la orilla de la laguna. Dentro de ellos, el padre del joven cazador. Al instante se reconocieron y se alejaron de la laguna. Pero apenas se hubieron alejado un poco, cuando de pronto todas las aguas de la laguna empezaron a agitarse con fuerza incontenible y se extendieron luego con irresistible ímpetu por toda la llanura.



[1] Cucu. Palabra con que se designa a un fantasma, o a un ser monstruoso que causa miedo en los niños.

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